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Biografía


Mi Juventud

Nací en junio de 1974 en Valencia, España. La verdad es que tuve la suerte de tener dos padres que se preocuparon de que tuviera los estudios que ellos no pudieron tener. Desde muy pequeño me aficcionaron a la lectura, me llevaban de museo en museo y a todas las exposiciones que podían. También tuve la fortuna de viajar mucho. La verdad es que sólo gracias a ellos y su tesón mi mente se empezó a abrir y a crecer.

Soy hijo único... eso hace que haya muchos días que sólo te tengas a ti mismo para jugar, ahí empecé a imaginar batallas e historias miles, hasta tal punto que incluso hoy en día, por momentos estoy aquí en la Tierra pero en verdad no estoy, mi mujer lo sufre en silencio... los libros acabaron el trabajo. Como me dijo un amigo, para escribir ciéncia ficción hay que estar un poco loco.

Cuando acabé el bachiller dudaba entre dos carreras, ¿historia o químicas? Ambas me fascinaban. Raro diréis, no pueden ser más opuestas, pero no es tan extraño como parece, en ambas asignaturas tuve magníficos profesores, los buenos maestros siempre dejan huella ¿verdad? Me decidí por Químicas, creí que tendría más futuro... a los dieciocho se es muy ingenuo.
 
 
 
En el mundo de los mayores
Como muchos jovenes, tras varios trabajillos, acabe en el mundo de la teleoperación, bendito trabajo mal pagado y poco agradecido, allí conocí a mi mujer, Ana, y me encontré con mi destino, aunque por entonces lo desconocía. El destino y las casualidades de la vida... creo que tendremos que hablar de ello en este blog.

Poco a poco y pasando de una empresa a otra llegue a un puesto de cierta relevancia, bastante bien pagado para lo que había y en condiciones más que aceptables: Técnico de Proyectos... no está mal, parece interesante diréis algunos. Sí, el trabajo me entretenía, era agradable conversar y trabajar con la mayoría de mis compañeros, algunos de ellos son hoy amigos íntimos.

Si hay alguna palabra que define el mundo de la teleoperación es: cambiante. A la mayoría estos cambios los enoja, a mí me ayudaron a sobrellevarlo, personalmente cuando lo que hago ya lo domino, mi cerebro necesita como el comer empezar una nueva tarea que suponga un reto, odio el trabajo monótono y repetitivo…. En definitiva, estaba cómodo, contento y con un trabajo más que aceptable, pero algo no encajaba, no sentía que aquel fuera mi sitio.

De nuevo el destino vino a mi rescate: las cosas en la empresa empezaron a torcerse. Parece una contradicción, pero nunca se sabe lo que está por bien o por mal, de esto creo que también tendríamos que conversar, lo haremos si queréis. Había tambores de despido, de eres, pero pasaban los años y yo seguía allí, todo indicaba que con un suelo firme bajo mis pies: están muy contentos conmigo, a mí no me despedirán, trabajo muy bien, mi departamento es importante… por desgracia muchos sabréis de lo que hablo ¿no? Entonces recordé un libro del que me habían hablado dos de mis compis más veteranos: ¿Quién se ha llevado mi queso? de Spencer Johnson. Lo leí y me convenció. El queso se estaba acabando y había que encontrar uno nuevo.



Regreso a la infancia.

Sí, sé que es difícil de creer, pero de nuevo el destino. Siempre he sido consciente de mi imaginación desbordante, pero nunca supe como canalizarla y si ésta me serviría de nada. Ahí entro en juego el destino personificado en mi mujer. Descansando en la habitación de un hotel en Andorra (a la cual considero casi mi segunda casa) no sé por qué a mi mujer se le ocurrió la idea de escribir un libro, nunca antes me había mencionado que le gustase escribir, pero aquella tarde se le ocurrió. Yo estaba aburrido, tampoco hacían nada en la tele y en un clásico: culo veo, culo quiero, decidí intentarlo yo también. Y ahí encontré el porque de mi vida, la razón para la que había nacido: escribir, y para ello debería regresar a mi infáncia y volver a vivir aquellos momentos donde la imaginación de un niño lo es todo.

Las palabras fluyeron torpes, pero fluyeron. La historia salía a trompicones, pero avanzaba. Aunque la técnica de escritura no estaba ni mucho menos pulida, lo que salía estaba razonablemente bien, y la trama de la historia, a medida que escribía un folio tras otro empezó a hervir en mi cabeza y desbordarse como la lava de un volcán en erupción. Frase tras frase mejoraba mi estilo, cada vez era más fluido y se me hacía más fácil escribir. Era lo primero que escribía en mi vida, pero supongo que la gran cantidad de libros clásicos que mis padres me animaron a leer, muchos de ellos poco adecuados para mi edad (leí Rojo y Negro de Stendhal, David Copperfield de Dickens, Ben Hur... entre los 10 y los 14 años), habían hecho para mi sorpresa, que supiera expresarme en papel. Había encontrado mi nuevo queso.

Los años pasaron y nada parecía moverse en el trabajo. Trabajaba, llegaba a casa y escribía. Así llegue a terminar mi primera novela, la registré y la deje descansar dos años en un cajón. ¿Por qué no la presenté de inmediato? Es una buena pregunta, yo también me la he hecho. Supongo que aún no era el momento, en el trabajo cada vez nos daban más responsabilidades, estaba cómodo, supongo que había algo de miedo a cambiar: estaba acomodado.

El destino de nuevo me rescató. Un terremoto sacudió mi vida: Os trasladamos forzados a Madrid. Nunca olvidaré aquella reunión donde nuestros jefes dieron por completo la vuelta a nuestra vida. La desesperación me golpeó un par de días, y entonces recordé mi libro olvidado en un cajón. El destino me habló: ¡Eh! ¡Despierta de una vez! ¡Es hora de moverse! Por esa época ya había empezado mi segundo libro. Pero me fui a Madrid, algo me dijo que debía ir, es extraño de explicar, pero algo me empujaba a pasar por esa experiencia. Al menos tenía que intentarlo antes de abandonar la seguridad de un buen trabajo y adentrarme en la aventura del mundo de la novela.

Todos los días me levantaba en una ciudad y en una cama extraña, con la calidez de mi hogar y mis seres queridos a muchos kilómetros de allí. Fue duro, muy duro, pero tenía la convicción férrea y tenaz de que sería escritor. Por esa época había dejado de luchar contra el destino y me dejaba arrastrar por él y cuando sales a su encuentro… ¡todo es tan fácil! Mi vida empezó a girar en torno al mundo editorial, me encontré con que amigos de toda la vida tenían contactos en editoriales, algo que no sabía hasta entonces. Pero no acababa de encajar la pieza maestra.

Fui a la feria del libro en Madrid, iba a dejar mi novela a un familiar de un compañero y ahora amigo, Luís, pero no fue lo que había esperado. Me desanimé en ese instante, rodeado de tantas editoriales y con un libro bajo el brazo que no parecía interesar. Casi sin ganas me paré, de entre cientos, en una sola caseta en busca de una tarjeta y una dirección donde enviar mi novela. El hombre de la editorial, muy amable, me la dio y me animó a que se la enviara. La tarjeta la guardé, pero no la usé.

Pasaron dos meses más y el final inevitable llegó. Deje la seguridad del trabajo en Madrid, mi situación personal me impedía trasladar a mi familia allí. Pero me fuí feliz, radiante. Un loco pensareis, ha dejado un buen trabajo, pero estaba convencido que mi destino era ser escritor y que todo iría bien. Que lo lograría.

Ya en casa, en paro y descansado, envíe la novela a unas seis editoriales, una de ellas la del hombre tan amable de la Feria del libro de Madrid: Bohodón ediciones. Al mes recibí de ellos el sí a publicar mi primera novela: El Despertar de Helios. ¿Casualidades de la vida? ¿De verdad lo creéis? Yo no lo creo, el Destino. Un año después, 2014, a pesar de la crisis, de ser autor novel y todas las pegas del mundo, publíco con ellos.

No sé a dónde me llevará la vida, pero el sueño de publicar un libro ya lo he conseguido. Los sueños son posibles, solo hay que quererlos y tener la valentía de alargar el brazo para cogerlos.