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martes, 13 de junio de 2017

El triunfo de la posverdad

Hacía ya tiempo que quería afrontar directamente este tema, pues buena parte de este blog va precisamente de eso, de la posverdad. En estos tiempos, donde  las emociones, lo inmediato y lo banal dominan nuestro juicio, creo que es fundamental poner un poco de sensatez a las cosas. Sí, en el blog hablo de muchos temas, pero creedme cuando os digo que mi principal objetivo no es que estéis de acuerdo conmigo o penséis igual que yo, si no que pensemos, que razonemos las cosas, lleguemos o no a la misma conclusión. Por ese motivo presento otras realidades posibles a las que nos venden desde la ortodoxia, desde lo establecido. Lo que pretendo con ello no es que dejéis de pensar como pensáis, sino que profundicéis en el porqué. Que nadie nos manipule, que vuestros pensamientos sean vuestros y no de otros. Einstein no hizo mucho caso a las verdades absolutas e inamovibles establecidas en su época ¿verdad?

Ese es el espíritu que quiero que renazca, el que se lo cuestiona todo, el que llega a una conclusión razonada tras una reflexión fría y objetiva de los hechos, le lleve a donde le lleve: a alinearse con lo establecido o a cuestiónalo. Y por supuesto a cambiar de opinión tantas veces como sea necesario sin avergonzarnos, ese es el verdadero espíritu científico: “según los datos de los que dispongo ahora pienso esto, pero si me presentan nuevos datos puedo pensar aquello”. Yo también me incluyo en esta terapia colectiva, pues aún me dejo llevar en demasiadas ocasiones por prejuicios sociales, ideológicos o cultuales, los cuales impiden siempre ver el bosque. Además, ¿Qué es la verdad? ¿Quién la tiene? Yo desde luego no me atrevería a pensar que mi concepción del mundo es la única y verdadera.

Ambas preguntas me las llevo planteando mucho tiempo y las respuestas siempre son las mismas: Nadie sabe que es la verdad y nadie tiene la verdad absoluta. El universo es infinito y sus misterios inabarcables, no debemos conocer ni un 10% de la realidad. La verdad absoluta es un diamante con cien mil caras de las que, los más afortunados, con suerte quizás atisben a observar mil de ellas, no más. Siempre pongo el mismo ejemplo: algo rojo ¿es rojo? Para muchos de nosotros desde luego, para un daltónico es verde, para muchos animales será gris, para un ciego ni existe el color. Y todos ellos tendrán razón al mismo tiempo, pues cada uno está mirando al diamante desde lados diferentes pero ninguno lo logra verlo en su plenitud. Ya veis, algo tan rotundo como que una cosa es de un color no es tan sencillo ni tan evidente. Lo mismo ocurre con todas las cosas de la vida, desde la ciencia, pasando por el arte, las religiones o la política. Hay que huir de aquel que asegura que su verdad es la única.

Es un pensamiento que choca frontalmente con el estilo de vida actual, lo sé. Hoy todos creen estar en posesión de la verdad: los políticos, los científicos, las religiones, los panaderos, los músicos… La mayoría de nosotros, en una discusión sobre lo que queráis, nunca dará su brazo a torcer: ¿Cómo voy a dejar que éste me gane? ¿Cómo delante de todos voy a permitir que parezca más listo que yo? No, mi verdad ha de prevalecer, no puedo dejar que los demás piensen que yo no lo sé todo. Y el ego del ser humano crea esta enorme brecha en el muro de la razón y la lógica por la que se cuelan todos los males de la humanidad. Este es el origen de la posverdad, la razón por la que es tan fácilmente maleable la opinión de las masas. Seguimos en un mundo de mentiras, y de falsedades creadas para engañar y encauzar a la población. Internet se está encargando de terminar con ese tiempo de la estafa que fue el siglo XX, pues cualquier engaño, por bien montado que esté, es inmediatamente analizado y cuestionado en minutos, llegando a millones de personas. En el siglo XXI ya no se trata de convencer a nadie, se trata de apelar a los instintos más básicos, a lo que nos hace sacar lo peor de esta especie, esa parte ruin, vil y mezquina que tiene el ser humano que hace que, debiendo estarlo, no estemos por encima de los animales, sino por debajo.

A la posverdad le importa muy poco la verdad, también le es irrelevante que se le vean las costuras de su falsedad, ni tan siquiera le importa la apariencia. Ya no se molestan ni en disimular, ¿Qué más da? La apelación a las entrañas hará que me sigan – es lo que piensan quienes manejan los hilos y no les falta razón a tenor de cómo van las cosas en el mundo y en cómo nos comportamos cuando damos nuestra opinión. Sólo hay que darse una vuelta por los foros de internet donde hay “debate” para entender lo que digo. A la mínima que uno expresa una opinión razonada, aquellos cuya idea que has lanzado no les encaja en su esquema mental, atacan con fiereza, sin piedad, sin educación en la mayoría de los casos y lo que es peor: sin argumentos y por supuesto atacando a la persona, no a la idea. Hemos llegado a un punto en el cual, a una gran mayoría no le interesa conocer la verdad, ni escuchar otros argumentos o contrastar ideas, sólo les interesa aquello que refuerce y se alinee con su forma de pensar, sea cual sea esta. Y cuanto más evidente se hace a través de argumentos, que las ideas de uno son equivocadas, en vez de reflexionar muchos se revuelven más salvajemente si cabe. Ha muerto aquella gran frase de: “rectificar es de sabios”. Es el origen de lo que en España se llama el “y tú más”, el lema por antonomasia de la posverdad y que no es más que la auto-justificación de los errores de uno exponiendo los errores de los demás o como el sabio refranero nos dice: “ver paja en ojo ajeno y no ver la viga en el propio”.

En España y en el mundo entero estamos asistiendo a esa radicalización a la que nos empuja la posverdad, desde casi todos los medios nos bombardean con el “Conmigo o contra mí”, lo vemos en ambos lados de la disputa política España-Cataluña, derecha-izquierda, Madrid-Barça… nos exigen que elijamos bando y que una vez hecha nuestra elección, les sigamos con fanatismo ciego, siempre apelando al enemigo de enfrente, al desprecio y satanización de las ideas del contrario, no dando respiro, no aceptando ni una migaja de pensamiento que no sea el propio. Son los que se ponen las pulseritas de España y tienen el dinero en Suiza o Panamá, los que se ponen la barretina y se llevan el dinero a Andorra, los que van dando lecciones de moral, de espiritualidad y son amorales. Los amos de la posverdad, los que se proclaman como poseedores de la verdad son los que te exigen: “Haz y piensa lo que te diga pero no hagas lo que yo hago”. Por favor, no caigamos en sus redes, seamos libres en nuestro pensamiento, cortemos nuestras ataduras.

Todos, de un modo u otro, en más de una ocasión nos hemos comportado así. Yo no soy menos y sigo haciendo el esfuerzo (porque no es sencillo) de dominar mi ego, de dejarme convencer cuando los argumentos son sólidos o al menos de admitir, aunque no cambie de idea, que otras ideas quizás no sean tan erróneas como nos pueda parecer en un principio, ya que en un futuro puede que se revelen como verdaderas. Es muy importante aprender a no despreciar las ideas de los demás y su concepción del mundo, de la vida o lo que queráis, pues quizás estas no nos encajen a nosotros pero no por ello dejan de ser válidas. O como se suele decir: para gustos, colores.


En definitiva, el único modo de luchar contra la posverdad que nos invade es leer, pensar y sacar tus propias conclusiones, a leer todos los puntos de vista, no sólo los nuestros, pues como bien dice otra frase de la sabiduría popular: “las cosas no son sólo blancas o negras, la mayoría de ellas son matices de grises”. Y es cierto que hay cosas evidentes y que admiten poca duda moral como por ejemplo que el terrorismo es intolerable, como todas las formas de violencia que no impliquen defensa propia, otras que tienen muchos matices como pueda ser el robar, no es lo mismo que lo hagan nuestros políticos que alguien que se haya quedado en la calle y robe comida porque no tiene nada que comer. Sí, es difícil mantener un equilibrio entre la defensa de nuestros principios y la lucha contra lo que creemos que está mal y el respeto a otras opiniones o formas de ver el mundo. Yo trato de equilibrarlo con una máxima: haz lo que quieras y se como quieras mientras tus actos no afecten a terceros.